El Sáhara Occidental es el hogar de casi 600.000 personas con rostro, nombre y apellidos. Una vastísima extensión de arena fina pardusca y guijarros puntiagudos coronada por un puñado de humildes casas de lona, hogar de los (demasiados) refugiados que viven desde hace décadas en tierra de nadie. Es de nadie porque muchos la reclaman. Este año se cumplirán setenta y cinco otoños de la ocupación. Noviembre de 1975. Una España paralizada y patas arriba por los últimos dolores moribundos del caudillo fue la oportunidad dorada que la corona marroquí, con añejas pretensiones territoriales sobre la región, aprovechó con mordaz pericia. Sin pegar un solo tiro, se arrancó de facto cualquier resquicio de la soberanía española sobre el Sáhara. La marcha verde, lo llamaron.

Por temor a una posible escalada del conflicto, la invasión fue permitida y saldada con parcas advertencias de poco ímpetu. No obstante, a ojos de la comunidad internacional, el Sáhara sigue siendo dependiente de España. Eternamente perseguidos por una responsabilidad que eluden y no desean, los sucesivos gobiernos patrios han postergado la toma de medidas decisivas y contundentes a este respecto. Atrás, abandonados, quedaron muchos que eran compatriotas y, de repente, dejaron de serlo. Fusiles que habían servido en el ejército español acabaron re-enrolados en el Frente Polisario, la principal organización de la resistencia saharaui frente a la invasión marroquí.

Es una lucha eternizada. Tanto, que se podría llegar a pensar que está paralizada. Nada menos cierto. Hace apenas una semana que las instituciones saharauis reportaron bombardeos de drones marroquís a la población civil. El gobierno de Mohamed VI lo niega tajantemente. Pero lo cierto es que la ONU, a la cabeza de otros organismo supranacionales, lleva años monitorizando y constatando flagrantes violaciones de los Derechos Humanos en la zona. A excepción del oasis que supone la creciente ciudad de El Aaiún (de casi 200.000 habitantes), los hombres, mujeres y niños del Sáhara Occidental viven desperdigados en rudimentarios campamentos de refugiados que subsisten gracias a la ayuda humanitaria de ultramar.  Desde que en 1976 el Frente Polisario proclamara la República Árabe Saharaui Democrática, la labor diplomática de la organización ha sido intensa en todos lo rincones del mundo.

Jadiyetu El Mohtar es una destacada miembro de la delegación del Frente Polisario en España desde hace más de tres décadas. Ha dedicado su vida a una paleta colorida de menesteres. Se podría decir que su profesión es ejercer, en el sentido más amplio del término. Ejercer como periodista, profesora, activista, traductora… Su vivencia es tan variada que siempre tiene consejos y apuntes bajo la manga. Su perfecta dicción castellana, como la de tantos (tantísimos) de sus compatriotas, es un recuerdo doloroso de aquellos que fueron abandonados a su suerte.

Ha cultivado y difundido extensamente la lengua de Quevedo y Góngora. Recuerda con una media sonrisa sus días como locutora en la Radio Nacional del Sáhara. «Nuestros medios eran tremendamente precarios», rememora sobre sus radiofonías clandestinas en los tiempos del cassette. A pesar de su determinación, un deje de melancolía amarga parece esbozarse en su mirar. Niega tajante con la cabeza cuando se le pregunta si la represión del ejército marroquí se ha suavizado en los últimos años. «De hecho, se ha recrudecido», doloroso apunte.

Jadiyetu El Mohtar, miembro de la delegación del Frente Polisario en España. Fuente: José Enrique Castaño.

Habla con firme elocuencia del abandono español, de la hipocresía de los gobiernos europeos y de la exasperante lentitud timorata de los arbitrios internacionales. Jadiyetu es una de las muchas voces de un pueblo (hispanoparlante, por cierto) que, porque fue abandonado por todos, se siente solo. No obstante, asegura que a pesar de las dificultades las instituciones de la república saharaui llevan mucho tiempo estando «plenamente operativas», y que «84 países reconocen ya la soberanía del Sahara Occidental». Por lo tanto, el Frente Polisario no plantea sus demandas en términos de autodeterminación, sino de secuestro de un Estado legítimo e independiente. De momento, y quién sabe hasta cuando, el debate sigue teniendo forma de estanque.

La pobreza ha mordido la infancia de miles. Niños que se han criado entre los camiones azulados de comida y que no conocen otra forma de agua que la escrupulosamente racionada. Cada gota de los vehículos cisterna es una pepita de oro en los campos de refugiados. La Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui coordina un nada despreciable puñado de iniciativas de apoyo a la población civil y protección de los más vulnerables. Trabajan sobre el terreno, pero también desde España. Patricia es la secretaria de la organización. Es una de las voluntarias que trabajan por la causa sin otra contraprestación que un alma satisfecha.

Cuenta orgullosa su labor en el programa «vacaciones en paz», que permite cada año la llegada temporal de cientos de niños saharauis a España, donde pasan los meses estivales con una familia de acogida. Su voz recuerda con pena lo que han visto sus ojos. «Vienen con muchas carencias, falta de hierro, problemas en la boca provocados por el agua que beben…». Lucha contra la pobreza de otros y contra la frustración propia. Su loable tarea se resume en apenas un puñado de palabras; «Se trata de que vengan, aprendan español y recuperen nutrientes». La pregunta que queda en el aire es cómo hacer para que recupere nutrientes todo un pueblo roto. Sobre todo cuando son los más los que miran para otro lado, y los menos los que se prestan a remar.

Patricia, secretaria de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Fuente: José Enrique Castaño.

El reciente, drástico y (para muchos) inexplicable volantazo en política exterior del gobierno de España ha abierto la puerta a un posible reconocimiento de la soberanía marroquí sobre los territorios del Sáhara. Marruecos es uno de los socios comerciales preferentes de la península ibérica. La cercanía geográfica y los continuos flujos migratorios hacen tarea ineludible el entendimiento con el vecino meridional. El miedo a que la monarquía de Mohamed VI trate de hacer efectivas sus demandas sobre los territorios de Ceuta y Melilla (movimiento con potencial para desencadenar un conflicto armado internacional) ha sido insomne garante de la extrema prudencia (o inacción) de los sucesivos gobiernos españoles en lo que respecta al Sáhara Occidental.

No obstante, un acercamiento sin precedentes entre la postura de ambos países hace peligrar la puesta en marcha de la soñada República Árabe Saharaui Democrática. Mientras los sillones piensan en impersonales trazos de tinta sobre un mapa, la geoestrategia deja solos a 600.000 rostros. Personas concretas. Medio millón de abandonos más para la malograda conciencia de la humanidad.