José Manuel Díaz, de 72 años, acude desde hace seis al comedor social Santa Isabel en Madrid, situado en la calle Galileo, para recibir una ración de comida. Después de perder su hogar, no le quedó otra opción que pedir ayuda para cubrir sus necesidades básicas.

Aunque no tiene familia cercana, José Manuel ha encontrado una pequeña comunidad de apoyo en el comedor. Allí ha formado amistades con otros usuarios y voluntarios, lo que ha facilitado, en cierta medida, aliviar el aislamiento que provoca su situación de pobreza. “Ellos acaban haciéndose amigos, y se ve un ambiente bonito entre ellos. Se sienten acompañados porque quizá sea el único momento del día en el que alguien les pregunte cómo están”, expresa Rosario Sánchez, cocinera de la obra social La Milagrosa, situada en la ciudad de Cáceres.

Rosario comienza su jornada a las ocho y media de la mañana, pero tan sólo cuenta con tres horas y media para preparar todos los platos “Yo no sé cómo, pero sé que la comida tiene que estar”, explica.

La cocinera se declara orgullosa de su profesión, por la alegría y las recompensas que le reporta; “a mí me provoca mucha satisfacción saber que con mi trabajo la persona que acude no se va a preocupar por dónde va a comer. La cara que tienen es la recompensa para mí, porque sé que están a gusto”. Para ella, no se trata únicamente de que la comida llegue a tiempo, sino de que sepa bien, porque ve la ilusión en los ojos de todas aquellas personas que acuden diariamente: “si es la única alegría que tienen al día, al menos debe estar buena”.

José Manuel es sólo un ejemplo de tantos hombres y mujeres que se ven obligados a acudir a los comedores sociales y otros servicios de asistencia alimentaria para sobrevivir en España. Según los datos de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL), en 2021, se distribuyeron más de 172,9 millones de kilos de comida que ayudaron a más de 1.353.000 beneficiarios.

La COVID-19 ha agravado aún más la situación para muchas personas como José Manuel. La crisis económica y social ha llevado a un aumento en el número de demandas de este tipo de servicios en todo el país.

La cifra de comidas servidas en los comedores sociales de Madrid se ha duplicado desde el inicio de la pandemia, según indican los datos proporcionados por la ONG Mensajeros de la Paz. Sin embargo, el incremento de ayudas no se limita solo a la capital madrileña. Un informe de la Federación Española de Bancos de Alimentos señala que el número de personas con carencias alimenticias en España ha crecido en un 40% desde el comienzo de la crisis sanitaria. “En pandemia, la necesidad aumentó muchísimo. Había días que se triplicaba el número de usuarios. Llegamos hasta 120 comidas”, explica la cocinera de La Milagrosa.

Esta coyuntura es especialmente preocupante en las grandes ciudades, donde el aumento de la población y la falta de recursos han convertido las donaciones de alimentos en una necesidad urgente para muchas personas.

Infografía de fuente propia

Según trabajadores y voluntarios de diferentes oenegés y comedores sociales, la COVID-19 ha provocado un cambio en el perfil de los usuarios que acuden a estos centros solidarios. Antes de la pandemia, la mayoría de ellos no tenían hogar o estaban en situación de exclusión social crónica. Sin embargo, la epidemia ha hecho que cada vez más personas con trabajos estables hayan perdido sus empleos, viéndose forzados a recurrir a estos comedores para obtener alimento. “El perfil de las personas que normalmente sufren este tipo de problemática ya no es el estereotipo de persona sin hogar, sino que hay perfiles que previamente vivían una vida muy normalizada”, subraya Carlos Lafarga, responsable de Comunicación de la Organización San Vicente de Paúl.

María Serrano ya suma diez años trabajando como voluntaria en Cáritas. La iniciativa comenzó cuando estableció contacto con Don Arturo, el párroco de la parroquia San Pedro y San Pablo, situada en Coslada (Madrid). En el presente, suman un total de cinco mujeres voluntarias en el centro. La voluntaria  asiste, junto con sus compañeras, cada martes y jueves para realizar sus dos horas de voluntariado. En su día a día, recoge los alimentos, atiende a las personas que acuden y brinda información acerca de la documentación necesaria para asistir a la iglesia. 

Durante el confinamiento, María seguía asistiendo como voluntaria al centro. Explica que las precauciones aumentaron, pero su mayor temor no eran los contagios: “me preocupaba más que la gente muriera de hambre que de Covid” subraya. También se refiere al cambio de perfil y de edad de los usuarios que acuden, asegurando que “a raíz de la crisis sanitaria hay mucha más población española, puesto que antes la mayoría era de origen extranjero. Se trata, sobre todo, de gente joven y de mediana edad. No hay muchos ancianos”. 

Es paradójico que, en un mundo de hiperproductividad, con más bienes de los que se necesitan para alimentar a toda la población mundial, haya personas que pasen hambre y tengan que hacer cola para obtener alimentos básicos. Para el sociólogo Luis García Tojar, “la sociedad está urbanizada sobre la producción para la venta, ahí es donde se genera esta desigualdad”.

En cuanto al factor de la COVID-19 como motor de aceleración de la crisis económica, el profesor de sociología señala que “la pandemia ha agudizado una desigualdad social grave que ya venía de muy atrás”.

Son muchas las organizaciones solidarias que contribuyen cada día a paliar la situación de pobreza y exclusión social que sufren estos colectivos, –  a pesar de contar con trabajadores y recursos insuficientes – personas abocadas a una situación límite, que aún trabajando de forma severa se encuentran con coyunturas imprevistas a raíz de la crisis económica actual. Sin embargo, y pese a la gran labor que desempeñan, estos servicios no son suficientes: “Si tú solamente te ocupas de alimentar a una persona, estás cronificando una situación. Pero si a la vez que le ayudas a obtener comida le das otras opciones de reinserción, puede salir de ese bucle” concluye Carlos Lafarga.