La vista es el sentido más inmediato, la primera toma de contacto con algo desconocido y quizás el sentido que alberga más prejuicios. En su constante afán de dar explicación a todo lo que le rodea, el ser humano tiende a etiquetar lo que ve, a ponerle un nombre, una categoría e incluso lo hace con el resto de sus semejantes. Pero ¿qué ocurre cuando la vista no arroja más que medias verdades? ¿Qué ocurre cuando la apariencia difiere tanto de la realidad? Hombres y mujeres, niños y niñas, machos y hembras. Las categorías se establecen de forma dual y se asientan de forma contundente en el imaginario colectivo como dogmas irrefutables.
Hablamos con Alberto Batres, diseñador de moda que ha impulsado este movimiento en España.
Según las investigaciones sobre el ADN de pequeños organismos como piojos y liendres de David Reed, perteneciente al Museo de Historia natural de Florida, se puede decir que el ser humano comenzó a cubrir su cuerpo con pieles y tejidos hace 170 mil años, durante los cuales, la historia de la moda ha estado marcada por diferentes construcciones sociales con sesgo de género.
Durante esa etapa primitiva, la ropa cumplía simplemente una función concreta, proteger la piel de las inclemencias meteorológicas. Ahora, la ropa es capaz de hablar, contar quienes somos e incluso llegar a lanzar mensajes políticos. Sin ir más lejos, ver a una persona con una determinada estética puede hacer que se le catalogue dentro de una subcultura como el punk, el emo, el otaku o el hípster. Ahora bien, dentro de esta categorización de la moda, de forma tradicional se ha hecho una gran diferenciación entre la ropa que puede usar un hombre y la que puede usar una mujer, y sobre todo se ha hecho aún más hincapié en la que no pueden usar. Sin embargo, existe un gran abanico de personas que no conciben la moda como algo dual, en la que el hombre y la mujer no encuentran ningún tipo de diálogo y deben llevar prendas completamente opuestas.
Según el informe Juventud España 2000 realizado por el instituto Injuve, uno de cada cuatro jóvenes españoles no se identifica completamente con ninguno de los dos géneros tradicionales, creando un gran despliegue de grises intermedios en los que se rompe el binarismo de género tradicional y se crean nuevas dinámicas, nuevos estilos y nuevas formas de concebir la moda.
El color rosa, tan asociado a lo femenino, se hizo popular entre los miembros de la corte del siglo XVIII, donde el rojo era totalmente exclusivo de las clases más pudientes, siendo sinónimo de lujo y grandeza. El rosa, se consideraba por tanto una variante de este poderoso color y era vestido con orgullo por barones y, por supuesto, varones. Durante esta época, los tacones también eran sinónimo de hombría y poder, elevaban el cuerpo y eran formas de demostrar estatus. Más tarde, en tiempos de Maria Antonieta, la moda sufrió una revolución de género cambiando todo lo que conocemos sobre ella. Aun así, el rosa siguió siendo considerado un color masculino.
Javier Santoro, sociólogo especializado nos resuelve algunas dudas sobre la aceptación, influencia y significado de esta fenómeno que ha emergido en la sociedad actual.
En el año 1914 el periódico estadounidense The Sunday Sentinel, pedía «usar el rosa para el niño y el azul para la niña. La razón es que el rosa es un color más decidido y fuerte, más adecuado para los niños, mientras el azul, que es más delicado y refinado, es mejor para las niñas.” Más adelante, en la Alemania Nazi, este color seguía teniendo la misma consideración de masculinidad, pero, sin embargo, de forma paradójica los triángulos invertidos que marcaban las solapas de los prisioneros homosexuales, eran, ni más ni menos que rosas. Un simple color, ha demostrado las discrepancias de parecer en cuanto a lo masculino y femenino se refiere, y si se sigue indagando más, los pilares del género se tambalean solos.
El cantante puerto riqueño Bad Bunny, dijo en una entrevista locutada para la emisora dominicana Alofoke Radio Show “yo en el closet no tengo ropa de hombre, ni ropa de mujer; tengo ropa bacana que tú no te vas a poner”. Esta frase resume a la perfección la nueva corriente de la moda, una nueva forma de vestir sin etiquetas, sin prejuicios y con respeto hacia la diversidad. Sin embargo, aún hay personas poniendo la zancadilla sin miramientos a esta forma de concebir la ropa.
Ante esta constante presión en contra de la tolerancia, las redes sociales se inundaron el pasado año con el hashtag #La Ropa No Tiene Género, con la que alumnos y profesores de centros educativos acudieron a las aulas luciendo faldas de todo tipo de formas y colores. Como el caso de Mikel Gómez que se unió a esta causa llevando una falda a clase en su colegio del País Vasco. Esta acción no sentó muy bien dentro del profesorado, puesto que uno de los docentes llegó a increpar diciendo que fuera al psicólogo. Gómez compartió su experiencia en la red social TikTok, popularizando aún más la causa y consiguiendo que cientos de jóvenes se grabaran acudiendo en falda a las aulas como muestra de apoyo.
Hemos salido a las calles de León para saber qué es lo que sabe la gente acerca de esta nueva corriente.