Mark FISHER

España se sitúa como el primer país del mundo en consumo de ansiolíticos y antidepresivos en el 2021 y el 2022 (después van Serbia, Uruguay, Israel, E.E.U.U. y Hungría), lo mismo sucede con las benzodiacepinas. Lo que resulta sorprendente es que las tasas de ansiedad y trastornos depresivos no son muy superiores a las de otros países de nuestro entorno; alrededor de un 20% de los españoles tienen síntomas compatibles, por otro lado las conductas autolíticas (de autolesión), que son un significante a tener en cuenta, igual, son alarmantes, pero de nivel medio-bajo si se ponen en contexto con el entorno. A pesar de esto vemos la prescripción en aumento. En concreto, entre enero y noviembre de 2021, se recetaron 54 millones de cajas de ansiolíticos y 45 millones de antidepresivos, 85 millones de psicolépticos (fármacos que deprimen la actividad mental, relajan el estado de alerta y amortiguan las emociones fuertes). Cabe recalcar que estos datos se refieren al consumo lícito, teniendo en cuenta las recetas, e ignoran el mercado negro.
Uno de los detonantes de esta situación, durante un tiempo, fue la pandemia. Durante esta época vimos un aumento de casos de ansiedad y depresión, también una escalada de la prescripción de psicofármacos, se triplicó, aunque estas prescripciones, mantenidas un mínimo de 12 semanas, fueron abandonadas por la mitad de los pacientes, por mejoría de síntomas o por los efectos secundarios. La pandemia es un claro ejemplo de la dimensión social de estos trastornos, durante esta un 23% de la población sintió mucho o bastante miedo a morir, sumado a fallecimientos cercanos, pérdidas de empleo, aislamiento, etcétera. Dimensión social que no se solventa, sino que se aplaca y se minimiza, con un simple “vete al médico”, como le dijo Carmelo Romero a Errejón, a propósito de este tema.

El epicentro del problema
El consumo de estos fármacos está disparado, pero la situación no parece mejorar, ¿el motivo? Problemas estructurales. Como dice Esther Samper (autora del libro El lado oculto de la farmacia) “ir al origen del problema”, que, como decíamos antes es una causa social, con una importante vertiente socioeconómica. Delante de situaciones reales ni el reduccionismo biologicista imperante ni la medicalización sistemática ayudan, la terapia sí, y también, por qué no, la mejora de las condiciones reales de vida. No hay que anestesiar al enfermo, hay que enseñar a manejar mentalmente el problema. Puesto que el mal consumo, por la mala prescripción, de estos fármacos pueden hacer más daño que bien en el paciente; dado que entre las 2 y 3 semanas ya hay habituación y la posterior desescalada para dejar el fármaco es muy progresiva por el síndrome de abstinencia que estos conllevan. La recomendación es que no se sobrepasen las 4-6 semanas, pero en muchos casos se llega, con dosis bajas, a 1-2 años de consumo. Esto es preocupante por la adicción psicológica que se puede desarrollar y la habituación, esto sumado al síndrome de abstinencia.
Esta situación en la que nos vemos sumidos como país hace mella en las vidas de las personas, pero no sólo, además supone un desgaste importante para las arcas del Estado.
Las causas
Las causas de nuestro problema son varias, desde la necesidad real de estos fármacos, la pandemia, escasez de recursos, el trabajo… Pero también están las empresas farmacéuticas, que quieren vender sus productos y se mueven con ese fin, financian investigación y realizan, de diversas formas, presiones. Por otro lado en las facultades de medicina se tratan estas cuestiones con un enfoque en lo biológico, en detrimento de la parte psicosocial del problema; aún así nunca nada es igual en la teoría y en la práctica, siempre depende.
Es un enfoque categorial, al estilo del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana), estadístico, guiado por una lógica más cuantitativa que cualitativa. Se tiende a seguir más este manual que el de la OMS, que cuenta con el consenso de más de 160 países. Las farmacéuticas tienen, por ausencia de formación pública, asentamiento en la formación. Esta misma lógica aparece también en la atención sanitaria, donde prima la cantidad de casos atendidos antes que la calidad del contenido de la atención; fenómeno provocado por la escasez de recursos en la sanidad pública.
Esta gran cantidad de recetas se debe a problemas sistémicos, más allá de la sanidad pública, contextos sociales o situaciones personales. Por lo general sería mejor contar con psicoterapia, puesto que estos fármacos, por sí solos, no son muy eficaces, además de los efectos secundarios; también hay que tener en cuenta que se desaconsejan para casos leves y moderados dependiendo del caso. Una parte importante del problema es que hay un difundido rasgo de autonomía, por parte de los pacientes o no, en el uso de estos medicamentos.
El 90% de los antidepresivos los recetan médicos de familia, ya que la espera para ver a un psicólogo o psiquiatra es larga; los médicos de familia podrían ayudar en algunos casos menos graves, pero están sobrecargados. Estos son medicamentos muy empujados por intereses y, que ante el poco tiempo que hay para una cita (pre-pandemia, de media 5 minutos), resultan convenientes y prontos a solventar, más bien pausar, el problema.
Además en España contamos con un ratio de personal psicológico por cada 100.000 habitantes de 6, cuando la media europea son 18.
Se realizó un estudio en distintas comunidades autónomas con 1000 pacientes con ansiedad, con atención psicológica el 70% dejaron de padecerla y de estos el 50% con recuperación óptima; lo mismo, pero con benzodiacepinas, 20% y 10%.
Cabe recalcar que los psicólogos privados en España cuestan entre 40 y 90 € por 45-60 minutos, lo que puede suponer una dañina imposibilidad para muchos.
Particularidades
- Perspectiva de género. Es importante recalcar una vertiente del problema en relación a los estereotipos de género. Ya que hay lo que se puede considerar como una tendencia excesiva al diagnóstico de procesos de serie ansiosa y depresiva en mujeres, siendo estas las recibidoras de dos tercios de las prescripciones. Esto se debe a que hay una presentación emocional más común en mujeres, por razones culturales mayoritariamente, pero esto es uno de los síntomas en las escalas de diagnóstico. Mientras, por el otro lado, hay una menor recogida de síntomas comportamentales en hombres y un consumo de sustancias de abuso más frecuente en hombres, sumado al menor reconocimiento emocional y a la reticencia de acudir a las consultas de salud mental.
- Estigmas. Otra de las particularidades con la que tiene que lidiar esta esfera de la salud es el alto estigma que hay hacia estas enfermedades y hacia los profesionales, muy sometidos a opiniones paraprofesionales y a acusaciones de pseudociencia. Esta desinformación y poca consideración por esta rama de la medicina también afecta a la hora de aceptar el tratamiento; en los casos en los que los síntomas son más palpables y disruptivos a nivel personal y social mejor se acepta el tratamiento, pero en cuanto surgen los síntomas secundarios se da una menor aceptación y menor adherencia a este; lo mismo sucede con la disminución y la desaparición de los síntomas, dado que una vez se da esta situación muchos abandonan el tratamiento por cuenta propia y sin consultar.
- Fármacos. Estos psicofármacos deberían usarse para obtener efectos a corto plazo, pero en muchos casos los efectos adversos superan los deseables, sobretodo cuando no se siguen las indicaciones pertinentes y, o bien se deja antes de tiempo, o bien se toma durante demasiado tiempo, en tales casos puede llevar a síndrome de abstinencia o dependencia e incluso adicción. Estos son fármacos que se perciben como más seguros e inocuos de lo que son en realidad, lo mismo pasa en el caso de la eficacia.
- Gasto y consecuencias. El gasto público de ansiolíticos y sedantes corresponde a 23.000 millones de euros, en tratamientos, pensiones por incapacidad y por abuso, accidentes, ya que el 27% de los conductores de accidentes dan positivo en psicofármacos y el 32% de los peatones; esto es especialmente relevante en el caso de los ancianos, puesto que la población de más de 65 años representa ¼ de los consumidores de relajantes y tranquilizantes, y estos representan una de las principales causas de fractura de cadera. Estas consecuencias imprevistas también las señala la ONU, afirmando que las personas mayores en regímenes de internamiento con exceso de psicofármacos tienen más riesgo de maltrato.
- Punto de vista de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria. La SEMFIC representa a 20.000 de 36.000 de los médicos de familia de España, en un informe proponían el siguiente plan de acción para solucionar nuestro problema. Aumentar el tiempo de consulta, puesto que así se podría contemplar mejor cada caso, siendo la perspectiva de los médicos de familia que con un primer filtro (el suyo) mejor implantado se podrían atajar muchos casos antes de derivarlos a otro especialista o de medicar.
Mónica, Laura y Alba, tres jóvenes que consumen ansiolíticos y antidepresivos bajo la receta de sus doctores nos cuentan su experiencia con estos psicofármacos y su visión sobre el contexto sanitario en el que se encuentra España en cuanto a su posición en ese top uno. Además, hemos contado con la cooperación de la psicóloga Laura de Sande (AGS Psicólogos Madrid) y del profesor de sociología de la Universidad Complutense, Luis García Tojar, quienes nos han aportado su perspectiva académica sobre los hemos que acontecen: